miércoles, 12 de junio de 2013

Día 1

Querido diario,

Han pasado ya muchos meses desde que comencé a llenar tus páginas de letras y garabatos. Ya estamos en el μηνὸς μεσοῦντος del Μουνιχιών y aún me parece que el Ἀνθεστηριών aún no se ha marchado de nuestras casas y de nuestras vidas. Hoy salí por la mañana, bien temprano, antes incluso de que Pericles hubiera marchado, al atrio donde crecen, como ya sabes, querido amigo, las azucenas y los olivos. ¡Los árboles ya florecen! Pronto vendrá el calor y el buen tiempo a llenar mi corazón de vida nuevamente.

Es que no eres capaz de imaginar cómo hecho de menos el sol de Mileto. Aún recuerdo, entre imágenes difusas y roídas por el tiempo, los largos veranos milesios en compañía de mis hermanas y mis amigas en las riberas del río Meandro y en las calles y plazas de la ciudad. Corríamos rápido para escuchar a los poetas y a los sabios hablar en las plazas, acudíamos desesperadas a los puertos para escuchar los fascinantes relatos que nos contaban los comerciantes y aventureros sobre esa ciudad que ocupaba por aquel entonces nuestros sueños, Atenas. Hoy día sé que muchas de las cosas que nos contaban eran producto de Apolo.

Hoy pude besar a Pericles antes de que se fuera a trabajar. Ya sé que no le gusta que nos besemos en público porque los oligárquicos y demás enemigos del gobierno del pueblo nos ridiculizan en sus obras y en sus discursos. En especial ese perverso, esa pequeña serpiente Pitón a la que todavía no ha matado Apolo. Ese mal llamado poeta al que los dioses apodaron Hermipo. No pierde la oportunidad de malmeter contra mí por ser extranjera y vivir con Pericles sin matrimonio alguno, sin ningún enlace de ningún tipo. Porque ¿para qué quieres un papel que certifique que estarás siempre unida a ese hombre cuando en realidad todo el mundo sabe que no es así? Lo que le pasa a Hermipo es que se quiere vengar de mí por revelar ante el pueblo que era uno de mis clientes habituales.

Pero eso fue en otra época…

Hoy por la mañana, animada por el buen tiempo, he estado paseando por esta bella ciudad que me acogió como a su propia hija. Hacía tiempo que no pasaba por el Ágora. Últimamente he estado leyendo mucho. Jenofonte me pasó el borrador de su última obra y me he dedicado por completo a él. He de reconocer que Jenofonte tiene una espectacular habilidad para pasar al papel todos los razonamientos filosóficos a los que llegamos juntos por las tardes. Hace tiempo que le encomendé que se encargara de escribir por mí porque a mí Apolo, como ya sabes, no me dio el don de la escritura en prosa. No así el de la poesía. Pericles bromea llamándome ‘‘Safo de Mileto’’, pero yo no creo que mis palabras lleguen a ser como las suyas. Su literatura está dotada de un encanto especial, es frágil pero bella como el canto de un ruiseñor.

La que también me pareció dotada de una extrema fragilidad fue la Acrópolis, cuando la vi paseando por el ágora esta mañana. Tanto tiempo en esta ciudad y aún no me he acostumbrado a su belleza. Recuerdo que, cuando llegué con Sofrón, en la más tierna juventud, lo primero que hice fue señalar con un dedo la montaña y gritar: ‘‘¡Esa tiene que ser la Acrópolis!’’. Había estudiado mucho sobre Atenas, podría identificar sus templos y edificios son tan solo verlos una vez.

Y ahora ya forman parte de mi vida cotidiana. Hoy, paseando por la Stoá Poikile, pude observar el devenir de las vidas de los ciudadanos atenienses como hacía tiempo que no hacía. Alfareros, comerciantes, poetas… La ciudad con la que siempre soñé bullía de vida delante de mis ojos y me invadió un sentimiento de felicidad pocas veces antes experimentado. Un escalofrío me recorrió la espalda de arriba a abajo. Me sentí plena, llena de vida, feliz, como si ya no me quedara nada más por hacer. Mi sueño era conocer Atenas y no solo vivo allí sino que comparto lecho con su cabeza visible, políticamente hablando.

Esta tarde estuvieron en casa Sócrates, Platón y Jenofonte. Les preparé vino con miel y plakon. Según Platón, la Filosofía le da hambre. ¡Jaja! Un día Jenofonte me confesó que su querido amigo Platón tenía hambre hasta cuando dormía. Cada vez que lo dice, yo me río y le respondo: ‘‘Amigo Platón, lo que debes tener es amor a la sabiduría, noa mis pasteles’’. Y él siempre me responde que una cosa no quita la otra. Hoy estuvimos hablando del cielo. Cada uno teníamos posturas muy diversas, pero no las voy a contar aquí porque mi muñeca tiene un límite, ¡los Dioses no me hicieron perfecta! Además, mañana tengo que escribirle el discurso de defensa a mi nuevo cliente, Eulogio, y me temo que su caso da para unos cuantos papiros.

Mañana volveremos a hablar, si Helios quiere darnos la vida un día más.

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