miércoles, 12 de junio de 2013

Día 3

Querido diario,

Hoy he estado en la Heliea entregándole a Eulogio el discurso que escribí para él. No sé si esos viejos jueces claudicarán a favor de mi cliente o votarán en contra, pero solo los Dioses saben los ímprobos esfuerzos que he hecho para escribir un alegato a favor de una causa que creo totalmente injusta. Las musas del Parnaso no va a volver a visitarme hasta el Μεταγειτνιών por lo menos, ayer abusé demasiado de ellas. No me parece bien que un hombre pueda matar a otro de forma premeditada tan solo por el hecho de ser el amante de su mujer. Además, la muchacha era joven y el hombre pasaba las cincuenta décadas… Dicen que el muerto era uno de los más brillantes alfareros de toda Atenas, con esa venganza absurda propia de burros más que de personas se ha perdido a un gran talento. Confío en que los jueces de la Heliea sean justos y cumplan bien su labor de representar al pueblo y a la Justicia, y obren según esta ordene.

De esto mismo estuvimos hablando Sócrates, Platón, una mujer llamada Ariadna y yo. Nos reunimos en el atrio de casa para hablar como solemos hacer muchas tardes alrededor de una copa de vino con miel y un gran arietés y llegó esa desconocida mujer pidiéndome permiso para escucharnos. Aunque Platón tuvo sus reticencias (seguramente no quería compartir mis dulces con nadie y, además, todos sabemos el pensamiento de Platón; son muchas las veces en las que he discutido con él sobre esos temas), finalmente, yo la dejé pasar y conversar con nosotros. Todos son invitados al coloquio de la sabiduría. Ciudadanos y metecos. Hombres, mujeres, niños y ancianos, a ninguno se les debería privar de morder la manzana del saber e incluso de poder comérsela entera. En Mileto todos los niños, tanto hombres como mujeres, íbamos a la escuela y aprendíamos a amar la sabiduría como nuestra propia vida; no termino de entender por qué aquí, en Atenas, las mujeres deben apartarse de las escuelas y dedicarse a los hogares y a los hijos. ¿No nacemos los dos de la misma forma, no usamos el mismo lenguaje? ¿Acaso no es cierto que los hombres necesitan de las mujeres para vivir y las mujeres de los hombres? ¿Qué harían todos esos viejos oligárquicos, enemigos del gobierno del pueblo y del progreso de las ideas, sin las bellas hetairas que llenan sus días vacíos y sus noches grises? ¿Qué harían las mujeres casadas sin los jóvenes amantes que les dan la libertad todas las noches entre las sábanas? A los dos nos contempla el mismo cielo, nos mojan las mismas lluvias y nos quema el mismo sol. No debería, pues haber diferencias entre nosotros.

Así que le dejé atender a nuestra conversación. Nos propusimos no rellenar nuestros cílix hasta que no tuviéramos una buena definición del concepto Justicia. Mucho se ha escrito sobre esto, muchas tablillas y pergaminos hablan de este gran verdad, pero estoy segura de que, si vamos por las calles de Atenas preguntando a los ciudadanos qué es la Justicia, la mayoría de ellos preferiría ser víctima del Ostracismo antes que tener que responder. Así que tuvimos que pasar toda la tarde sin una gota de vino más que empapara nuestras gargantas, lo cual no impidió que Platón bebiera kykeon traído por él mismo. Este, mi gran amigo, llegó a la conclusión de que tan solo la Justicia debe dar la felicidad, y que la felicidad debe otorgarla el Estado, así que terminó dejando en mal lugar a la Heliea. Luego, Sócrates intentó utilizar su famoso método con nosotros, pero este fue en vano, ya que cayó la noche y aún no teníamos una definición de Justicia. En estos momentos, parece que las horas se vuelven minutos y éstos segundos, dejándome la sensación en la cabeza de que todo esto ha pasado más rápido que el pestañeo de un ave.

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