miércoles, 12 de junio de 2013

Día 6

Querido diario,

Helios al fin ha oído mis súplicas y ha vuelto a salir de forma radiante y altanera. Baño ahora mis rasgos a la luz crepitante de un candil, pero hasta hace una hora los cabellos de Helios me han calentado el cuerpo y prendido fuego a mi corazón. 

Por la mañana, animada por el buen tiempo, decidí hacerle una visita a mi mejor amiga, Ademia. No sé si ya te he hablado de ella alguna vez, pero Ademia es una mujer que trabajó conmigo como hetaira cuando éramos más jóvenes y que dejó, como yo, ese mundo de ostentación y riqueza. Dicen que Zeus es el más poderoso de cuantos dioses habitan en el Olimpo; yo creo, sin embargo, que este calificativo debe llevarlo Eros, que, pese a ser aún un niño caprichoso y travieso, tiene el poder de cambiar toda una vida con tan solo un leve movimiento de muñeca. Yo dejé mi oficio de hetaira gracias a él, eso fue también lo que pasó con Ademia.

Cuando era pequeña –yo no conocí su infancia, todo lo que sé me lo contó ella- siempre era reprendida por su padre por decir que no quería casarse, que quería ser libre y viajar más allá de las puertas de Atenas, conocer el mundo, descubrir los secretos del Universo. A medida que fue creciendo, sus ideas eran más claras. Su padre la obligó a casarse con un joven de su edad que había hecho dinero como comerciante en Creta. Ella intentó escaparse para huir de su destino, pero su familia la descubrió y la obligó a permanecer en Atenas con su marido. Finalmente, éste pidió el divorcio y devolvió la dote a la familia, alegando que Ademia no había nacido para estar con ningún hombre. Viendo las circunstancias, su padre decidió que entrara en la escuela de Hetairas: allí se cruzaron nuestros caminos.  No fue difícil trabar amistad con ella: las dos sabíamos muy bien lo que queríamos y cuáles eran nuestras ideas. Sin embargo, yo me enamoré de Pericles y ella fue dada de lleno con la flecha de Eros en el pecho: cayó perdida de amor por un joven alfarero que vivía cerca de su casa. Comenzaron a verse a escondidas. Finalmente, comunicó la decisión a su padre: se casaría con él, abandonando para siempre su profesión con hetaira. Y la boda se consumó. Recuerdo que por aquel entonces Pericles estaba divorciándose de su mujer para poder casarse conmigo, aunque ya sabes, viejo amigo, que eso nunca pudo ser. Yo acudí junto a él a la boda de Ademia y, después, se trasladaron a vivir juntos. Ademia quedó entonces recluida en su casa, como una auténtica esposa ateniense. Realmente es horrible la vida de estas mujeres. Cuando su marido intentó que le diera descendencia, ésta fue incapaz de hacerlo. Afrodita le había negado este bien femenino: los hombres no podían crecer en su vientre. Por esto, su esposo la repudió y ahora mantiene relaciones con una muchacha adolescente que vive cerca de su casa. Ademia no está pasando por un buen momento. Sin embargo, es una mujer fuerte, inteligente, soñadora y con un increíble espíritu luchador: ahora tiene un amante, éste es el marido de la muchacha con la que se ve su esposo.

Estuvimos sentadas en el atrio bebiendo kykeon y hablando de su relación con su amante y su marido. Ademia está intentando amargarle la vida a su marido para que éste pida el divorcio y pueda así volver a engrosar la exclusiva lista de las hetairas: ella era una de las mejores. 

Me recuerda tanto a Safo… Sus túnicas vaporosas y coloridas, sus coronas y pulseras de flores frescas y aromáticas, esa mirada soñadora en la que vive una ánfora llena de deseos y de sueños de libertad… Ahora, ya no quiere a su marido. Lo único que quiere es volver a ser una hetaira y poder volar, algún día, como las águilas y los ruiseñores que llenan Atenas en un día del Μεταγειτνιών.

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